
Desde hace tiempo, Cristina Kirchner sabe que está condenada a buscar la reelección presidencial . De otro modo, no se entendería que ni ella ni sus principales operadores hayan trabajado en la hipótesis de una figura alternativa que la reemplace. Y cualquier intento por hacerlo ahora provocaría una lucha por el poder de magnitud.
Ayer, algunos de los habituales voceros del kirchnerismo, como el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, se preocuparon por calmar las aguas que habían sacudido el jueves pasado las palabras de la Presidenta en el acto público de José C. Paz. La primera mandataria, casi al borde del llanto, había expresado allí: "No estoy muerta por volver a ser Presidenta, muchachos. Yo di todo lo que tenía que dar. A mí no me van a correr".
Fernández buscó ser enfático: " La candidatura de Cristina es inevitable . Es la única habilitada para cuidar los garbanzos". De esa manera, el jefe de Gabinete alejó algunas dudas que sus propias declaraciones hechas 48 horas antes habían provocado, cuando señalara que "Cristina no tiene vocación de repetir" porque "todo lo que podía dar lo ha hecho".
Algunos observadores del propio oficialismo cayeron en la cuenta de que si, por un lado, el efecto compasión, heredero del efecto luto, que provoca la jefa del Estado apuntala su imagen en vastos sectores de la sociedad, también esa postura puede interpretarse como una señal de debilidad de la Presidenta.
Hacer con frecuencia gala de mensajes dramáticos como los del jueves pasado puede dar lugar a un extendido clamor favorable a su candidatura, pero también puede hacer que no pocos votantes se pregunten si tiene sentido apoyar a una mujer que se reconoce cansada, harta de luchar contra dirigentes que ella misma promovió, confundida y, según ella misma, sin grandes deseos de seguir en la Casa Rosada.
Pero no hay que dejarse llevar por las simples frases de un dirigente político en campaña, aun cuando éstas trasluzcan algo de sinceridad. En rigor, Cristina Kirchner en ningún momento dijo que renunciaba a ser candidata a su reelección; tampoco expresó que no estuviera dispuesta a serlo. Sí, en cambio, pareció poner condiciones: dio a entender que no está dispuesta a ser una jefa del Estado sujeta a las presiones de corporaciones como la sindical que encarna el líder camionero y de la CGT, Hugo Moyano.
Cristina Kirchner se colocó la semana pasada en una posición semejante a la de quien amenaza con tirarse desde una cornisa al precipicio si no le otorgan lo que reclama. La diferencia es que un salto de la primera mandataria podría arrastrar al precipicio a muchos más, incluidos dirigentes y militantes kirchneristas.
Las emotivas palabras de la Presidenta, sumadas a la suspensión de su viaje a Paraguay por razones de salud más tarde desmentidas, despertaron miedos en sectores del oficialismo.
Es que no hay un plan B. Una salida al estilo Lula, por medio de la designación de un delfín que suceda a Cristina Kirchner, no cuenta con adeptos en el círculo que rodea a la primera mandataria. Quien estaría mejor preparado para afrontar el problema de la sucesión, el gobernador Daniel Scioli, nunca ha gozado ni goza de la suficiente confianza de la Presidenta ni mucho menos de la nueva generación de dirigentes K. Una eventual postulación de Alicia Kirchner, que alguien en el oficialismo conjeturó, tampoco generaría consenso y abriría la puerta a una suerte de monarquía hereditaria.
La subsistencia del kirchnerismo como movimiento capaz de trascender al peronismo está fuertemente atada a la continuidad de Cristina en el poder. Por eso, a estas alturas, sólo una razón de fuerza extremadamente mayor podría alejar a la titular del Poder Ejecutivo de la carrera.
Fuente: la nacion
Ayer, algunos de los habituales voceros del kirchnerismo, como el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, se preocuparon por calmar las aguas que habían sacudido el jueves pasado las palabras de la Presidenta en el acto público de José C. Paz. La primera mandataria, casi al borde del llanto, había expresado allí: "No estoy muerta por volver a ser Presidenta, muchachos. Yo di todo lo que tenía que dar. A mí no me van a correr".
Fernández buscó ser enfático: " La candidatura de Cristina es inevitable . Es la única habilitada para cuidar los garbanzos". De esa manera, el jefe de Gabinete alejó algunas dudas que sus propias declaraciones hechas 48 horas antes habían provocado, cuando señalara que "Cristina no tiene vocación de repetir" porque "todo lo que podía dar lo ha hecho".
Algunos observadores del propio oficialismo cayeron en la cuenta de que si, por un lado, el efecto compasión, heredero del efecto luto, que provoca la jefa del Estado apuntala su imagen en vastos sectores de la sociedad, también esa postura puede interpretarse como una señal de debilidad de la Presidenta.
Hacer con frecuencia gala de mensajes dramáticos como los del jueves pasado puede dar lugar a un extendido clamor favorable a su candidatura, pero también puede hacer que no pocos votantes se pregunten si tiene sentido apoyar a una mujer que se reconoce cansada, harta de luchar contra dirigentes que ella misma promovió, confundida y, según ella misma, sin grandes deseos de seguir en la Casa Rosada.
Pero no hay que dejarse llevar por las simples frases de un dirigente político en campaña, aun cuando éstas trasluzcan algo de sinceridad. En rigor, Cristina Kirchner en ningún momento dijo que renunciaba a ser candidata a su reelección; tampoco expresó que no estuviera dispuesta a serlo. Sí, en cambio, pareció poner condiciones: dio a entender que no está dispuesta a ser una jefa del Estado sujeta a las presiones de corporaciones como la sindical que encarna el líder camionero y de la CGT, Hugo Moyano.
Cristina Kirchner se colocó la semana pasada en una posición semejante a la de quien amenaza con tirarse desde una cornisa al precipicio si no le otorgan lo que reclama. La diferencia es que un salto de la primera mandataria podría arrastrar al precipicio a muchos más, incluidos dirigentes y militantes kirchneristas.
Las emotivas palabras de la Presidenta, sumadas a la suspensión de su viaje a Paraguay por razones de salud más tarde desmentidas, despertaron miedos en sectores del oficialismo.
Es que no hay un plan B. Una salida al estilo Lula, por medio de la designación de un delfín que suceda a Cristina Kirchner, no cuenta con adeptos en el círculo que rodea a la primera mandataria. Quien estaría mejor preparado para afrontar el problema de la sucesión, el gobernador Daniel Scioli, nunca ha gozado ni goza de la suficiente confianza de la Presidenta ni mucho menos de la nueva generación de dirigentes K. Una eventual postulación de Alicia Kirchner, que alguien en el oficialismo conjeturó, tampoco generaría consenso y abriría la puerta a una suerte de monarquía hereditaria.
La subsistencia del kirchnerismo como movimiento capaz de trascender al peronismo está fuertemente atada a la continuidad de Cristina en el poder. Por eso, a estas alturas, sólo una razón de fuerza extremadamente mayor podría alejar a la titular del Poder Ejecutivo de la carrera.
Fuente: la nacion
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