lunes, 18 de abril de 2011

Por favor, un GPS para Felipe Solá


Todos los que estaban preocupados por Felipe Solá, despreocúpense: ya está bien.
¿Qué le pasaba, qué mal lo aquejaba? Sencillamente, a Felipe le dolía el país. No era algo de ahora. Empezó a dolerle cuando Néstor Kirchner lo dejó fuera de la posibilidad de ser reelegido gobernador de Buenos Aires. Allí descubrió que las cosas en la Argentina no andaban bien. Hasta entonces era un kirchnerista convencido, un funcionario que acompañaba y aplaudía el modelo, un hombre optimista, en fin, un político feliz.
Pero vino la catástrofe electoral de Misiones, cuando el obispo Piña logró derrotar la reforma constitucional que permitía la reelección del gobernador ultrakirchnerista Rovira, apoyada obviamente por la Casa Rosada, y entonces la víctima fue Felipe, que también iba por otro turno en Buenos Aires (si la Corte lo autorizaba). Lo obligaron a bajarse: Néstor había leído muy bien el mensaje de las urnas.
Desde el llano, la perspectiva de FS empezó a cambiar. Se asomó al otro lado de las cosas, con esa sagacidad de los que siempre tienen un radar atento. El conflicto con el campo por la resolución 125 terminó de convencerlo de que ya no tenía nada en común con esos Kirchner, a los que descubrió autoritarios, hegemónicos, despiadados. Y cruzó la calle.
No era la primera vez que le pasaba. Antes ya se había encantado y desencantado con Menem y con Duhalde, y al cabo de tantas desilusiones existe el convencimiento de que a Felipe Solá hay un sólo dirigente que le gusta, lo convence y está dispuesto a apoyar hasta el fin: Felipe Solá.
Su etapa poskirchnerista fue entretenida, excitante, porque se convirtió nuevamente en figura como líder del peronismo disidente en Diputados. Volvió a saborear las mieles del protagonismo, esas que nunca lo empalagan. Si antes había tenido atractivo mediático como gobernador kirchnerista del principal distrito del país, ahora lo tenía como diputado rabiosamente anti-K. Había vuelto a la TV por la puerta grande.
Claro que esa etapa, además de emocionante y fructífera, fue traumática. Con De Narváez y Macri derrotaron a Kirchner y a Scioli en las legislativas de junio de 2009, pero a Felipe esa alianza con dos derechosos le dejaba el hígado a la miseria. Hay que reconocerle que hacía esfuerzos sobrehumanos para poner buena cara, y hay que decir también que pocas veces lo lograba. Eran tiempos en los que, en privado, hablaba horriblemente mal de sus dos aliados. Y en público? algunas veces también.
Por aquellas horas, y también después, sólo se lo veía realmente a gusto en su papel de criticón del Gobierno, un gobierno que, además, le daba pasto mandándole mastines para arruinarle actos en el interior. Eso pasó en abril de este año en San Nicolás, y entonces el adjetivo que le encontró a Néstor Kirchner, al que responsabilizó por los patoteros que lo habían acosado, fue explícito: "Es un bandido".
Una noche, el año pasado, llegó a una comida de amigos (en Recoleta, el barrio en el que vivió de chico, en el seno de una familia conservadora y antiperonista), y se lo veía de mal semblante. La razón no era, o no sólo era, que alguien con voz mucho más sonora que la de él casi no lo dejaba hablar. Su preocupación de fondo, contó, es que en los últimos días había estado dándole vuelta a los problemas de la Argentina de los Kirchner, y no le había encontrado solución. "La verdad, ya no sé qué hacer", dijo.
No era cierto. Felipe siempre sabe qué hacer: ir y venir, comprender como ninguno la dirección del viento, vestirse de ocasión, plantarse frente al espejo y preguntar qué pasa que no se dan cuenta de que él es el mejor.
Inteligente, bromista, buen orador, buen imitador (de Kirchner, por ejemplo), FS vive horas cruciales. Desde la muerte del ex presidente cree que todo ha cambiado; lo elogió entrañablemente en la sesión especial del Congreso y se arrepintió de su antikirchnerismo, y al volver sus ojos al terreno opositor, ese campo en el que él era un soldado de primera fila, lo vio perdido. Quizá descubrió antes que nadie que en el país sin Kirchner las cuentas eran distintas. Sus números ya no le daban, y ofreció parlamento. Pero lo dramático es que, hasta ahora, en la otra orilla nadie parece escucharlo. En 15 días pasó de los brazos de Lilita Carrió a los de Cristina Kirchner y no le reconocen el esfuerzo. Quizá consideran que se había ido demasiado lejos como para pegar la vuelta. Eso sí, por la quinta de Olivos todavía debe estar correteando el perrito que le regaló tiempo atrás a la Presidenta.
A Felipe el país ya no le duele, o si le duele, está medicado. ¿Adónde lo dejará su nuevo viraje? Difícil saberlo: a esta altura, su GPS se ha tildado.

Carlos M. Reymundo Roberts
LA NACION

1 comentario:

  1. que le paso a Felipe.. esta olvidado no se si soy yo pero hacia mucho que no escuchaba hablar de él

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