viernes, 29 de abril de 2011

Cristina, entre el legado de Néstor, la ruptura y Moyano

Pocas cosas más arbitrarias que el calendario. En los siete casilleros reservados a esta semana sobresalen dos días: el del 23, que avisa que faltan seis meses para las elecciones, y el del 27, que recuerda que hace seis meses que Néstor Kirchner no está.

La coincidencia es una buena excusa (tan arbitraria como el calendario) para observar a Cristina Kirchner, y los últimos pasos de su gestión, a partir de una dicotomía: la que combina el legado de Néstor Kirchner con los gestos y decisiones que la alejan de esa herencia.

La estrategia electoral aparece, sin duda, en el primer grupo. Incluso el volantazo respecto de las colectoras se explica a partir de una continuidad. En 2009, Kirchner impulsó y fogoneó las ahora rebautizadas "listas de adhesión" y las candidaturas testimoniales (¿alguien se acuerda de las testimoniales?) El 29 de junio supo que habían sido su verdugo y en diciembre impulsó la reforma política que las haría desaparecer. Hace dos semanas, Cristina Kirchner firmó el decreto que las revivió.

El vaivén es perfectamente lógico y cobra sentido a partir de la premisa que lo atraviesa: a la hora de juntar votos, todo vale. En el caso de las elecciones de octubre, si la proliferación de candidatos bonaerenses sirve para blindar a Cristina (e incluso para ahorrarle el ballottage), adelante. Aun cuando pueda ponerse en peligro la reelección de Daniel Scioli. Después de todo, el objetivo ¿secundario? de las colectoras es que el gobernador no saque más votos que su jefa.

En el juego de la indefinición frente al horizonte electoral aparece otro paralelo evidente. ¿Quién sino Kirchner inauguró la tradición del "será pingüino o pingüina"? La Presidenta exhibe un estilo definitivamente más elíptico, pero la estrategia es la misma: decir sin decir, mantener el suspenso, alimentar el operativo clamor.

La decisión de ampliar la presencia del Estado en las empresas que la Anses heredó de las AFJP se enmarca dentro del proceso de reestatización que inició Kirchner y que, además de las administradoras de fondos jubilatorios, incluye Aerolíneas, el correo y parte del sistema ferroviario. El último avance tiene el sello del santacruceño, sobre todo, por el modo en que se produjo. La designación de directores del Estado en las empresas funcionó sin mayores conflictos, y dentro de lo que había dispuesto la ley, hasta el año pasado. Se volvió problemática cuando fallaron los canales de negociación habituales.

Reducir el conflicto que estalló en Techint a la procedencia o la formación política de Axel Kiciloff es un error. Un análisis más completo exige incluir por lo menos dos factores en el cuadro: el de los dividendos declarados por las compañías y el hecho de que la ampliación de los derechos estatales en las empresas se concretó vía decreto de necesidad y urgencia, una burla al Congreso que aprobó la ley con el límite original. La parálisis parlamentaria que la campaña (muda pero ruidosa) está dejando en evidencia convierte la revisión del decreto en una quimera.

En este punto asoma una característica de Cristina Kirchner que la aleja de su marido. La Presidenta sólo habló del conflicto petrolero en Santa Cruz, que se extendió durante casi un mes, cuando ya estaba resuelto. Esta semana, cuando las negociaciones entre el gremio y las autoridades atravesaban las horas tensas, el gobernador Peralta dijo que la jefa del Estado podría viajar a la provincia para intervenir. Nada más lejos de los planes oficiales.

En los últimos meses, la Presidenta no fogoneó conflictos y sólo se involucró personalmente en situaciones contadas. La última: la tarde de aquel jueves en la que Moyano convocó a un paro nacional molesto por el exhorto que había llegado de Suiza. Néstor Kirchner, en cambio, convirtió cada disputa en una cruzada. Siguió de cerca desde la pelea más insignificante hasta el conflicto más explosivo. Enfrentó a empresarios, sindicalistas, intendentes, funcionarios y diplomáticos sin distinción. Hizo del enfrentamiento una forma de ser y estar en el poder.

El repetido reclamo para que los gremios frenen los paros es otro producto de clara factura cristinista. Lo mismo que el pedido para que las manifestaciones ya no incluyan cortes de calles. El bloqueo en la 9 de Julio, y sobre todo la falta de respuesta del Gobierno a los reclamos de los Qom (que van desde la restitución de tierras y documentos de identidad hasta el esclarecimiento de un asesinato durante la represión de una protesta en Formosa), convierten la demanda presidencial en una expresión de deseos vacía.

Otra escena repetida: la convocatoria al varias veces frustrado pacto entre empresarios, industriales y sindicatos. Cristina Kirchner insiste. Confía tal vez en que los cambios en la cúpula de la UIA sirvan de oxígeno para volver a intentar un acercamiento. La invitación a Moyano parece más un intento por compensar el faltazo al acto de hoy en la 9 de Julio que otra cosa.

La figura del jefe de la CGT se recorta nítida, inamovible. Moyano es hoy tan o más poderoso que hace seis meses, aunque la Justicia le haya puesto los ojos encima y aunque, cómo él mismo reconoció, extrañe el vínculo "más cercano" que tenía con Kirchner. El spot con el que convocó al acto en la 9 de Julio no podría ser más elocuente de sus objetivos más inmediatos. "Vamos a demostrar la presencia masiva del trabajador que es una forma de decir: queremos seguir avanzando", dijo con la marcha peronista de fondo.

La Presidenta camina hacia octubre dividida entre el peso de la herencia y los gestos de ruptura. Moyano la sigue de cerca.

fuente: La Nación

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